LOS DERECHOS HUMANOS COMO BANDERA
Hace 40 años, el 10 de diciembre de 1983, se iniciaba en nuestro país el proceso de estabilidad democrática cuyas aguas, a pesar de las profundas zozobras políticas, sociales y económicas, todavía bañan las orillas de nuestro presente.
En el repaso de estas cuatro décadas de alegrías y penurias, el Pueblo argentino viene transitando una historia signada por un extenso listado de importantes avances y enormes asuntos pendientes. La misma democracia que logró sentar en el banquillo de los acusados a los responsables del segundo gran genocidio de la historia argentina, que entre la impunidad ante crímenes aberrantes o su juzgamiento con cárcel efectiva entendió que sin un acto fundacional de Justicia era imposible su fortalecimiento es la misma democracia que, ahora, avala discursos violentos, negacionistas de flagrantes violaciones a los derechos humanos ya juzgadas, probadas, innegables.
En estos 40 años hemos asistido a grandes logros en cuanto a promoción y ampliación de derechos impulsados en su mayoría por colectivos sociales reconocidos internacionalmente (Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los diversos Feminismos, por citar sólo dos ejemplos), a políticas públicas ejemplares en materia de Memoria, Verdad y Justicia, a leyes e iniciativas de enorme impacto social, reparadoras (ESI, Ley de Matrimonio Igualitario, IVE), en tanto continúa, indetenible, la entrega de nuestra soberanía nacional con la consiguiente resignación de un proyecto de país con Independencia Económica, Soberanía Política y Justicia Social, los tres grandes pilares que hicieron de la sociedad argentina una de las más integradas socialmente en América y el mundo, resignación que castiga particularmente a jóvenes y ancianos, a comunidades rurales y pueblos originarios, ocupantes de las denominadas ‘zonas de sacrificio’ en donde operan la megaminería, el fracking y la agricultura desertizante.
Hemos logrado, pese al criminal proceso de transferencia de riquezas hacia sectores concentrados de la economía globalizada, sostener las organizaciones sindicales, bastiones indispensables para garantizar conquistas laborales amenazadas en forma permanente. En tanto, tras la mascarada del “fin del empleo” algunos agoreros justifican la explotación y la precarización laboral en este complejo Siglo XXI, los sucesos se encadenan a una crisis socio-ambiental que pone en peligro la continuidad de toda forma de vida sobre el planeta. La misma lógica extractivista que depreda nuestros empleos hace lo propio con la Madre Tierra, mares y ríos, en Latinoamérica y África en particular, una lógica de grandes progresos tecnológicos con derechos colectivos del Siglo XIX.
Es en momentos históricos como el actual en donde la bandera de los Derechos Humanos cobra especial relevancia, porque su defensa y promoción tiene absoluta injerencia sobre nuestro presente.
Habitamos un país y un continente con pasados que no pasan: aquellas justicias no resueltas para nuestras niñeces, juventudes y ancianidades, para nuestras mujeres y nuestros trabajadores son los dolores que nos quedan y debemos transformar en alegrías, es decir en derechos plenos y efectivos.
Ha habido en la historia quienes creen que secuestrando, torturando, asesinando y fomentando el olvido y la confusión se asesinan las ideas, los sueños colectivos, sus deseos. Pero sucede que la historia está nutrida de ideas y de sueños y deseos colectivos que a veces son silencios y otras son palabras y que nada ni nadie puede detenerla, ni siquiera la alteración de los hechos, ni las falsas noticias, ni la manipulación en todas sus formas y alcances porque la historia es la historia de los Pueblos, es la memoria de los abrazos y los grandes encuentros que la sostienen para nunca olvidar lo importante, lo que nos define como pares.
Por esta razón es fundamental la profundización de nuestros vínculos, no sólo porque está a nuestro alcance el ejercicio de cuidarnos en la unidad y el diálogo sino porque es desde ese lugar en donde construimos sociedad, nunca desde la certeza de una verdad teórica sin realidad, sino desde el deseo de una nueva realidad para transformar y compartir.
Nuestro país y nuestra Latinoamérica no se merecen otra cosa.